Salutación por la Pascua Ortodoxa Oriental
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo", "él es la cabeza, del cuerpo de la Iglesia, principio y primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga el primado". (Efesios 1: 3, Colosenses 1: 18)
Amados: La experiencia Pascual es un acontecimiento histórico concreto que traspasa, como las ondas expansivas del agua o de la luz, el tiempo y el espacio. Y la energía que lo mueve todo es la novedad absoluta que supone la resurrección de Jesucristo. No es una entelequia, es una Nueva Creación que ha inaugurado con el soplo del Espíritu sobre sus discípulos, estando en medio de ellos resucitado.
Este es el tiempo que enmarca la festividad más antigua, profunda y solemne de la cristiandad. Es la celebración en la que agradecemos a Dios el Padre, por el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Él todas las cosas del cielo y de la tierra. Jesús resucitado ya no muere otra vez y, con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre, glorificados en su Pascua, ha abierto una nueva dimensión para el hombre al asumirlo en Dios mismo, por medio del agua y del Espíritu. En Cristo, todo lo que respira se ha reconciliado con su Creador, y por medio de Él, la creación entera se ha expandido y ampliado. "Es el Señor quien lo ha hecho, esto ha sido un milagro patente". ¡Aleluya!
Obsérvese que el amor es el punto de inflexión de esta gran novedad y la fuerza que la dinamiza. El Señor Jesús indica las acciones que deben llevar a cabo sus discípulos para alcanzar la satisfacción y el gozo, signos indisolubles de la vida de aquellos que se han renovado por medio del misterio pascual: "Amaos unos a otros; como yo os he amado". El Señor se sitúa a sí mismo como ejemplo y medida del amor que deben observar aquellos que le siguen.
El amor de Cristo es el amor más perfecto, que se expresa en la entrega libre y completa de sí mismo. Nadie tiene un amor más grande que el que sacrifica su vida por sus amigos. La definición del amor supremo refleja su pensamiento interno, enfocado en su próxima Pasión, y explica por qué se entregará pronto a la Cruz: el amor por sus amigos y sus discípulos, un amor que se expresa al máximo, un amor que llega "hasta el extremo" (Juan 13, 1), no sólo de inmolarse en la Cruz, sino de llegar a resucitar. Sí, Cristo muere y resucita por amor, sabiendo el Señor que somos débiles y finitos, no nos abandona a nuestra suerte, vuelve a la vida para así, desde su existencia resucitada y resucitadora, enseñarnos cómo vivir desde Dios, permaneciendo en Él que es la Vid verdadera.
La Iglesia Antigua Católica y
Apostólica quiere ser transmisora de esa fuerza que en Cristo resucitado recibe
por medio del Espíritu. Cuando proclamamos la Palabra y celebramos los
Sacramentos, creemos y, por tanto, experimentamos que el mismo Señor de la
Vida, vivifica nuestro espíritu, alma y cuerpo. Siendo Cristo la Cabeza de la
Iglesia, sobre quién reposa el Paráclito, todos sus hermanos van recibiendo su
gracia, así "como el óleo sobre la cabeza de Arón que baja hacia el borde
de sus vestiduras", como el rocío sobre los montes y es allí, en unidad,
donde el Padre envía su bendición y otorga vida eterna.
Hoy, sexto Domingo de la Pascua occidental, seguimos viviendo el Misterio del Señor Resucitado. Continuamos pregonando que Cristo el Cordero, que por amor se ha entregado a la muerte, con su resurrección "ahuyenta el pecado, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia y doblega a los poderosos". El Cirio, símbolo de Cristo resucitado, la "luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" y que disipa la oscuridad a causa del desamor, raíz misma del pecado; ilumina majestuoso a lo largo de toda la Cincuentena Pascual, hasta la Solemnidad de Pentecostés.
Pero esta jornada viene marcada también y aún más especialmente, por la Celebración de la Pascua por nuestros hermanos ortodoxos, quienes aún hace pocas horas han sido nuevamente testigos del hecho milenario y portentoso del descendimiento del Fuego Santo en el templo del Santo Sepulcro en Jerusalén.
A todos ellos, mi especial salutación, un saludo que es desde la Pascua y por la Pascua de nuestro común y único Señor Jesucristo.
Entrañablemente, extiendo mi abrazo con singular recuerdo a la Comunidad ortodoxa reunida en el Monasterio de todos los Santos en la ciudad de Kiev, capital de Ucrania, presidida por mis hermanos en el episcopado, el Arzobispo Sebastián de Berestov y Vladika Savatiy de Pechersk, de quienes no solo recibí ya hace un año, reconfortante hospitalidad en mi estancia en esa bella nación, sino, además, ricas y abundantes bendiciones espirituales.
Que este sea un día en que la cristiandad de Oriente y Occidente, en plena unidad por el Misterio Pascual, elevemos desde nuestros corazones el agradecimiento sin límites por la resurrección de nuestro común Salvador, Jesucristo, la única Luz Gozosa y resplandor de la gloria de Dios Padre.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente, ha resucitado!
Mons. + Abraham Luis Paula