Pentecostés: Fiesta de los signos.
Homilía del Día de Pentecostés
Hechos 2:1-21; Salmo 104:25-35,37; Romanos 8:14-17; + San Juan 14:8-17, (25-27).
Amados: En este día santo asistimos a la Fiesta de la Iglesia, la fiesta del Espíritu: Pentecostés, celebración que, como tantas otras de nuestro calendario cristiano, tiene eco en el pasado del pueblo de Israel. Cincuenta días después de la Pascua; día de acción de gracias a Dios por las cosechas y también por la ley de Moisés que habían recibido. "Pente" de cincuenta, es el quincuagésimo día. También se llamaba Fiesta de las Semanas, ya que se contaba por siete semanas. Los israelitas habían celebrado Pentecostés por 1500 años cuando sucedió el Pentecostés que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles. La razón por la cual hubo personas de todo el mundo ese día de Pentecostés en Jerusalén, que pudieron escuchar el mensaje de Pedro, fue precisamente porque estaban allí para celebrar la Fiesta de las Semanas del Antiguo Testamento. Aún en nuestros tiempos los judíos celebran Pentecostés, pero lo llaman Shavuot.
Leemos en el Antiguo Testamento cómo había de observarse Pentecostés:
"Hasta el día siguiente del séptimo día de reposo contaréis cincuenta días; entonces ofreceréis el nuevo grano al Señor. De vuestras habitaciones traeréis dos panes para ofrenda mecida, que serán de dos décimas de efa de flor de harina, cocidos con levadura, como primicias para el Señor." (Levítico 23:15-21).
Estemos atentos, porque aquí hay sabiduría. El Pentecostés del libro de los Hechos, ocurrió en el mismo día del año que el Pentecostés del Antiguo Testamento en la Fiesta Judía de las Semanas. La crucifixión del Señor Jesús tuvo lugar en la Pascua, en Los Primeros Frutos, Las Primicias. Todo esto pareciera ser orquestado por una Mente que coordina cada evento a través de la historia. Con tantos días en un año, ¿por qué la crucifixión de Jesús, su resurrección y luego la venida del Espíritu Santo suceden precisamente en cada una de las tres fiestas primaverales del Antiguo Testamento? ¿Qué mente sería esta? ¿Qué sucede en el caso de Pentecostés?
Algunos pudieran decir, Lucas hizo cuadrar todas las cosas para dar espectacularidad al asunto. Esto, pero con otro argumento, también pensarían aquellos que sucumben en las fuertes tendencias racionalistas de la teología moderna, negando lo milagroso y llevándolo todo al plano de lo simbólico y pedagógico. Si bien Lucas, por sí mismo, pudo haber intentado coincidir estas fechas para intentar dar a la antigua celebración un sentido nuevo en Cristo, no creo que hubiese tenido tanto éxito si detrás no estuviera, evidentemente, la Mano de Dios y su sello inconfundible.
- Pentecostés, Fiesta de los signos
El viento, dice el salmo: "Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra". En el principio Dios sopló aliento de vida sobre la materia inanimada. En el conocido pasaje de Ezequiel 37, vemos que, en una situación desesperada, desértica, el profeta hizo algo que Dios le dijo: "Y (el Señor) me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho el Señor Dios: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos y vivirán". Aquí es conveniente diferenciar la palabra "espíritu" con minúsculas y "Espíritu" con mayúsculas. La primera se refiere a la situación en que se encontraban aquellos huesos secos, necesitados del toque de Dios, la segunda se refiere al Espíritu Santo de Dios, que imparte vida.
Hoy más que nunca necesitamos de este viento del Espíritu, que sacuda nuestro mundo, que nos libre de la muerte espiritual que es la peor muerte, la humanidad sin Dios está muerta, la humanidad necesita la vida de Dios, ese Viento que remueva las conciencias y las eleve a lo puro y verdadero.
El fuego tuvo apariencia de llamas sobre la cabeza de los reunidos en el aposento alto. Es signo de purificación, si aquel viento divino viene a sacudir nuestras conciencias, a revivir nuestros impulsos hacia lo perdurable; el fuego divino refinará nuestras intenciones, probará nuestra pureza, nuestra fe. El fuego es una maravillosa figura de la obra del Espíritu Santo. "El Espíritu es como un fuego en al menos tres maneras: El trae la presencia de Dios, la pasión de Dios, y la pureza de Dios". En el Antiguo Testamento, Dios mostraba Su presencia a los israelitas cubriendo el tabernáculo con una columna de fuego. (Números 9:14-15). Esta columna de fuego les proporcionaba luz y guía. (Números 9:17-23). En el Nuevo Testamento, Dios guía y consuela a Sus hijos con el Espíritu Santo morando en sus cuerpos - el "tabernáculo" y el "templo del Dios vivo". (2 Corintios 5:1; 6:16).
Necesitamos entonces que el Señor haga descender su fuego sobre nosotros, no tengamos temor en pedir ese fuego de su Espíritu en nuestras vidas, experimentaremos tal fuerza y efusión que vencerá el miedo - que muchas veces nos embarga -, de transmitir el mensaje del evangelio. El Espíritu Santo es algo así como un fuego, esa fuerza, ese motor que nos anima a hacer el bien y compartir el amor de Dios con todos los que nos rodean. Dice san Pablo: "Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo". (Romanos 8:15). No tengamos miedo, saquemos a la luz ardientemente, lo que el fuego divino provoca en nosotros, entonces, al igual que Jeremías, no podremos permanecer callados, porque la Palabra de Dios arderá dentro de nosotros; "¡son un fuego que me quema hasta los huesos!". (Jeremías 20:7-11-12).
Ahora bien, para hacer llegar ese mensaje enardecido, necesitamos de la palabra, ese don de Dios dado al hombre para expresar sus pensamientos y que se evidencia en multitud de idiomas y dialectos.
Las lenguas. "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse". Aquí hay otro maravilloso signo que conecta el Pentecostés del Libro de los Hechos con la Torre de Babel, pero de una manera diferente, allí ocurrió como lo que muchos consideran el inicio de todas las lenguas, pero fue provocado por Dios para que entraran en confusión y desistieran de seguir con aquel acto de rebeldía. En Pentecostés, la diversidad de las lenguas, lejos de confundir proclamaron la confesión de una misma Fe, dice que todos hablaron en leguas extranjeras las maravillas de Dios.
Señala el texto que los asistentes, viniendo de diferentes lugares, escucharon el mensaje de san Pedro y los demás discípulos en su propio idioma. En nuestros días, necesitamos que el Espíritu Santo nos conceda el don de lenguas, ¿pero, qué idioma es el que necesitamos aprender? El idioma del amor.
No necesitamos hablar otro idioma para expresar el amor. El amor tiene un lenguaje propio, universal, lejos de las palabras que muchas veces se mal interpretan o mal entienden, o se las lleva el viento y no precisamente, el que provoca el Espíritu, estas palabras nuestras que a veces no tienen fuego porque les faltan entusiasmo, verdad; a diferencia de ellas, el leguaje del amor es concreto, se encarna en una sonrisa, en un apretón de manos, en un abrazo, en el compartir, en el darse, en la lucha por el bien del ser humano y su dignidad como imagen de Dios. Hoy podemos pedirle al Espíritu que, derramando en nosotros como Él guste, diversidad de carismas, de ministerios, de operaciones; nos conceda mediante ello "el idioma de Dios", el dialecto del amor, y todo esto, como dice san Pablo, "para provecho común".
Este gran día Jesús sopla sobre nosotros y nos dice: «Recibid el Espíritu Santo. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!»". Tengamos confianza, nuestro Padre nos ama, vayamos a Él para buscar refugio y paz. Hablemos con Dios mediante nuestro Intérprete divino, nuestro Traductor inefable, el Espíritu Santo, quien nos acompaña y nos guía hacia la unión más íntima con nuestro Señor. Como los discípulos estamos hoy aquí unidos en un mismo sentir, perseverando en la oración. ¿Qué puede impedir un Pentecostés en nuestro corazón?
Si la festividad de la Primera Cosecha representa la Resurrección de Jesucristo, ya que mientras que el sacerdote levítico alzaba la ofrenda del manojo de cebada, al mismo tiempo Jesucristo se alzaba de entre los muertos, bien sabemos que no todo quedó ahí. Cristo no se alzó de entre los muertos y ascendió a los cielos para olvidarse de nosotros para siempre, NO, el sube, para desde arriba, desparramar su gracia mediante el Espíritu sobre todos sus hijos. Cristo es la cosecha que al reventarse se esparce por medio del Espíritu a toda criatura.
En el día de Pentecostés, al final de las siete semanas, el Señor derrama el Espíritu en abundancia y con él nos hace partícipe de su vida, de su plenitud. Y desde hoy, toda nuestra alabanza más rendida y nuestro servicio más entregado; será por Él, con Él y en Él, a Dios Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu, a quién es todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén. ¡Ven, Espíritu Santo!
Mons. + Abraham Luis Paula