La Fe
Queridos hermanos en Cristo: En el día de hoy y en los pocos minutos de que dispongo me gustaría compartir con todos vosotros e invitaros a que reflexionáramos conjuntamente sobre una pregunta de cuya cabal respuesta depende, a mi humilde entender, nuestro destino mientras caminamos en esta vida y lo que es mucho más importante todavía, el que nosotros, con nuestra respuesta libremente formulada, elegimos para la única y verdadera, la que nos espera en alguna de las muchas moradas de la Nueva Jerusalén que las Sagradas Escrituras y el propio Jesús, a quienes por sus exclusivos méritos y gracia continuamente derramada, nos promete.
La pregunta a la que me refiero es fácil de formular, cuestión muy distinta es la respuesta que cada uno sepamos, queramos o podamos darle.
Me estoy preguntando e interpelando a todos y cada uno de vosotros sobre cual es a mí y vuestro juicio el mayor tesoro que el ser humano ha podido recibir del Altísimo para que le acompañe, conserve y aumente durante toda su vida, tesoro, más valioso que todo el Universo Mundo, y que es garantía indeleble que nos permitirá la eterna y beatifica contemplación del Tres Veces Santo Misterio Trinitario que es, en definitiva, el Dios revelado por Su Verbo en el Nuevo Testamento.
Seguro estoy de que todos seremos coincidentes en la repuesta que no es, ni puede ser otra que la de ser depositarios del Tesoro de la FE.
Tradicionalmente se ha definido la Fe como "Creer en todo aquello que no se ha visto, no se ve o no se comprende", si quienes tuvieron el agraciamiento de compartir con El Maestro su vida terrena y participaron en la predicación del Reino e, incluso, bebieron el mismo cáliz que el Cristo victimado, cuanto más meritorio y consolador será para nosotros recibir con humildad, toda modestia e indescriptible agradecimiento, recibir, aumentar, conservar y compartir tan inconmensurable tesoro, sin mérito alguno de nuestra parte o haber pedido, como el arrogante e incrédulo Tomas, introducir su pobre mano en la llaga de sacrosanto costado de Cristo o haber contemplado sus llagas de manos y pies.
La Fe, como queda dicho es garantía, de una segura travesía por esta vida terrena y caduca pero es que, a mayor abundamiento, es la fuente inagotable de la Esperanza, esa confianza que nos anima a vivir con brío, ánimo y alegría el, a veces duro trayecto, que separa la Jerusalén de abajo de la Nueva Jerusalén prometida. El cristiano, queridos hermanos, nace para morir y muere para Vivir y así poder contemplar, cara a cara, lo que ahora vemos en un mal espejo
Y aún hay más, hermanos, y es que de las dos virtudes cardinales sobredichas deviene la tercera, esto es la Caridad, que no es otra cosa que el AMOR. Que maravilla, que abajamiento que loco amor tuvo, tiene y tendrá el Altísimo para toda su creación de la que no quiere se pierda ni la más pequeña de sus ovejas.
Tanto es así que ante una creación empecatada, insumisa, idólatra y que de forma recurrente había roto todas y cada una de las Alianzas, se vio, en un gesto sin parangón, tener que sacrificar a su muy amado Hijo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios con Dios Padre y Espíritu Santo, Verbo Encarnado, Palabra infalible y eterna del Padre, a que se encarnarse en el sagrario más límpido e impoluto cual fue, es y será por eternidad de eternidades, el virginal seno de su madre María Santísima.
¿Quién pudo aconsejar al Altísimo para implementar el prodigio de amor que, en términos teológicos se conoce como la "Economía de la salvación", que o quién fue su Sabiduría Asistente?
Pero volviendo a la virtud, siempre gratuita y graciable, debo añadir que todos estamos llamados a "creer en la fe", a abrirnos y acoger con libertad el invalorable don de Dios, a tener confianza y a gritar a Jesús ¡Danos la fe, ayudamos a encontrar tu camino!
La Fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra como fuente de toda vida, al objeto de poder alcanzar una relación personal con El.
En verdad creo haber dejado claro y además todos reconoceréis, que la fe es un don, una gracia, más tenemos que pedirla, y una vez recibida, cuidarla, protegerla, enriquecerla y compartirla. La Fe se centra y concentra en la silueta de un Dios hecho Hombre que nos quiere con locura a lo divino.
¿Cuál es el mensaje fundamental de la Escritura?: ¿el amor?, ¿la alianza de Dios con su pueblo?, ¿el dialogo de Dios con su pueblo?, Sí, todo eso y mucho más. Este mensaje, a mi juicio, podría resumirse en algo tan hermoso, grande y bello como la expresión YO ESTOY CONTIGO, por tanto lo importante es confiar en la compañía siempre alentadora del Señor. Dios llama a la persona por su nombre, para hacerla partícipe de su misión.
Pero, si hemos sido agraciados con el don de la Fe surge la pregunta, entre otras, de cómo conservarla e incrementarla. En este punto únicamente veo con toda claridad y evidencia un solo camino, el camino de la oración, pero en forma alguna de una oración esporádica, egoísta o ingenuamente utilitarista.
Muy al contrario nuestra oración tiene que brotar, cual mansa y humilde agua, de la fuente de nuestro corazón, ha de ser confiada, no olvidemos que estamos dirigiéndonos a nuestro Abba, agradecida y constante. Es imprescindible que sea diaria y que mantengamos una férrea disciplina en nuestro orar, para que este sea efectivo.
Orar es sentir que Dios está junto a nosotros, nos mira y nos ama, por encima de todos nos ama. Y nos ama tal cual somos, incluso si nosotros mismos, por burda soberbia no nos amamos. También siempre confía en nosotros, aun cuando nosotros, por falta de fe, no confiemos en El, así es el amor, la ternura, la misericordia y en definitiva, la realeza de nuestro Dios y Señor.
La oración no es otra cosa que un ejercicio del amor de Dios y no hay amor verdadero sin fidelidad. A este respecto la inigualable mística, la santa madre Teresa de Jesús decía que TODO ESTE EDIFICIO DE LA ORACION SE BASA EN LA HUMILDAD.
Para perseverar en la oración hay que estar plenamente convencidos de que este tiempo que dedicamos a Dios nunca jamás es un tiempo robado a los otros o a nosotros mismos. Al contrario, la fidelidad a estar presente ante Dios, garantiza nuestra capacidad de estar presentes ante los demás y amarles y servirles en Cristo, nuestro Señor.
Por ultimo recalcar que:
EN LA ORACION LO QUE IMPORTA NO ES LO QUE NOSOTROS HACEMOS, SINO LO QUE DIOS HACE EN NOSOTROS DURANTE EL TIEMPO DE ORACIÓN.
M. Rvdo. P. José Luis Onsurbe Rubio