Dios Padre, nos invita a un banquete

15.10.2023

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO– 2023

Homilía del Domingo 15 de octubre de 2023

Is 25,6-10 - Sal 22 (23),1-6 - Flp 4,12-14.19-20 +Mt 22,1-14


Un rey, que celebraba la boda de su hijo, manda a sus siervos para avisar a los invitados, pero estos no quisieron ir. Rechazan la invitación porque, según su criterio, tienen otras cosas más importantes que hacer, como cuidar sus negocios o trabajar sus tierras. Al estar pendientes de sus propios asuntos, no les interesa la invitación del rey a participar de su alegría ni de las bodas de su hijo.

Los siervos llegan donde el rey con la noticia de la negativa de los invitados. Con gran paciencia él los vuelve a mandar para comunicar a sus invitados que el banquete está ya preparado y que se ha dispuesto lo mejor para agasajarlos. A pesar de tanto ruego e insistencia del rey "los invitados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; otros agarraron a los criados y los maltrataron hasta matarlos".

En esta nueva alegoría se encuentra una dualidad de significados, bien podremos identificar en el rey a Dios el Padre. El banquete preparado es el Reino de los Cielos, instaurado y establecido ya en la tierra por la presencia de Jesucristo, el Hijo del Padre que ha venido a sellar una nueva Alianza con su pueblo por medio de su propio sacrificio en el Altar de la Cruz. Con Él han comenzado los tiempos mesiánicos, con Él ha llegado ya "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4): todo está listo para "la boda" del Hijo.

Y en verdad, todo está listo, si miramos con atención los signos de los tiempos, tal parece que viviéramos ya la estación del fin, todas las profecías cumplidas, todo el escenario pinta apocalípticamente, y los que vemos "tiernas las ramas de la higuera, y el brotar de sus hojas, sabemos que el Señor está cerca" (Mateo 24:32).

Jesús, que es el novio del que narra la parábola, novio de su Iglesia, esa comunidad llamada a vivir afuera, esa grey que compró con su propia Sangre, también es invitada continuamente a su encuentro. ¿Qué pasará con nosotros si seguimos reusando a su invitación?

Fijémonos que el rey, ante este nuevo rechazo y asesinato de algunos de sus siervos, reacciona con firmeza y castiga duramente a los malagradecidos y malvados súbditos. Luego dijo a sus criados: «Vayan ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren invítenlos a la boda». Los siervos hicieron lo mandado, invitando a cuantos pasaban por allí, «malos y buenos».

Esta invitación ha sido interpretada comúnmente como un llamado a los gentiles, esto es a nosotros, los que no éramos pueblo, somos hechos pueblo de Dios en Cristo Jesús. Por la rebeldía del corazón del pueblo elegido por Dios, el Israel que aún espera al Mesías, porque no reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero; el Padre decretó entonces que sólo por medio de su Hijo, Camino, Verdad y Vida, aquellos que buscan la paz, el gozo y la salvación, podrán alcanzarlo.

Esto es algo que no encaja en la mente de los judaizantes, incluso en la mente de los cristianos que miran con equivocado privilegio a Israel. San Pablo nos dice: "Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía" (Efesios 2:14). De manera que el favor y la misericordia de Dios descienden sobre aquellos que están en Cristo.

El apóstol Pablo, un judío y un estricto seguidor del judaísmo, encontró a Jesucristo camino de Damasco (Hechos 9:1-9) y pasó a convertirse en Su mayor testigo y el autor de casi la mitad del nuevo testamento. Pablo, más que ningún otro, respondió a la invitación del banquete del Rey, aceptando a su Hijo como su Señor, él supo que, al llegar la plenitud del tiempo en Cristo, todo lo anterior no eran más que sombras. ¿Cuál fue el mensaje de Pablo? "Porque no me avergüenzo del evangelio (de Jesucristo), porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego" (Romanos 1:16).

San Pablo exhorta continuamente a vestirse de Cristo (ver Rom 13,14; Ef 4,24) en un proceso interior que implica -semejantemente a como uno se despoja de una ropa sucia u ordinaria para revestirse de vestidos limpios y festivos- un desvestirse de las obras del mal para vestirse con las armas de la luz (ver Rom 13,12; Ef 6,11; Col 3,9-10.12; 1Tes 5,8). Y esto es lo que se evidencia en la parábola de hoy cuando el rey haciendo su ingreso a la sala para saludar a los invitados. Al encontrarse con uno que no llevaba traje de fiesta (y) le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?"

Con Dios no basta el haber sido invitados, tampoco es suficiente haber ingresado a la Iglesia por mera tradición, cumpliendo sólo los ritos, se exige una vestidura apropiada, se exigen las necesarias condiciones morales para poder permanecer el banquete, se exige estar "revestidos de Cristo", asemejarse a Él por las obras, se exige una rectitud de intención. Todo ello no puede ser alcanzado sin un encuentro personal con el Cristo. Pero, ¿cómo podremos conocerlo si a penas respondemos a su llamado?

Los invitados rechazan la invitación, se niegan a asistir. Como en los Domingos antecedentes aparece nuevamente el tema de la rebeldía frente a Dios, del rechazo de Dios mismo y de sus designios, del rechazo de participar en la fiesta que Dios ha preparado para el hombre. ¡Qué tremendo! El ser humano no quiere participar de la fiesta preparada para él, rechaza el gozo, la felicidad, la alegría, que proceden de la participación en la alegría que Dios vive en sí mismo.

¡Y cuántos también hoy rechazan la invitación de participar de las bodas del Hijo de Dios, rechazan a Cristo y su Evangelio, se niegan a beber el vino nuevo que Él ha traído para alegrar los corazones! Quien rechaza este llamado insistente de Dios, que toca y toca a la puerta del corazón humano, a sí mismo se excluye de la vida y acarrea sobre sí la ruina, la calamidad, la destrucción y la muerte.

A este respecto, tengamos presente que, el "banquete" o la "comida" en varias culturas es un gran medio para expresar la amistad y la intimidad que, en un sentido teológico, significa el encuentro con Dios. María Virgen, en el Magníficat exalta a su Señor diciendo: "A los hambrientos los colma de bienes"; estos manjares que degustamos en el banquete del Señor, son su Palabra: la luz y guía para el camino; son además su Cuerpo y Sangre: salud de nuestro cuerpo y salvación de nuestras almas. Al fin y al cabo, quién no cena con Cristo, no puede hallar al Dios de la Vida perdurable.

En el libro de Isaías leemos hoy que "El Señor aniquilará la muerte para siempre, secará las lágrimas de todos los rostros", pero ¿de quiénes está hablando? De aquellos que reconocen en su Hijo al Buen Pastor, que promesa más suculenta, así como los manjares que prepara el Buen Pastor para su rebaño, lo hace frente a sus enemigos, que imagen tan hermosa.

"Cuando un soldado está en presencia de sus enemigos, si come algo, toma una comida prontamente y se apresura a la pelea. Pero observa: "Tú preparas una mesa", tal como lo hace una sirvienta cuando desdobla el mantel de damasco y muestra los adornos de la fiesta en una ocasión tranquila y corriente. Nada se apresura, no hay confusión, no hay disturbios, el enemigo está a la puerta y sin embargo Dios prepara una mesa, y el cristiano se sienta y come como si todo estuviera en perfecta paz". (Spurgeon)

Y todavía nos llamamos cristianos aquellos que no dedicamos al menos un tiempo el día del Señor, para escuchar la voz de Dios y corresponder a su banquete de amor. Y yo podría preguntar, ¿de qué te quejas? Y podría añadir, ¿a quién estás sirviendo? El antiguo pueblo de Dios dejó de serlo exclusivamente, por su rebeldía contra Él, por matar a sus profetas -los siervos de la parábola de hoy-, hasta que finalmente dieron muerte a su Hijo, el Cristo de la gloria, y esta fue al fin, la gota que rebosó la copa. Por lo que, si ellos quieren alcanzar la salvación, tienen que reconocer a Cristo como el Mesías que vino a rescatarles, ya no solo a ellos, sino al mundo entero.

Y tú cristiano, ¿cómo pagas al Señor por todo el bien que te ha hecho? ¿Crees que no tendrá consecuencias tu desidia, tu apatía espiritual, tu indiferencia ante Cristo? ¿No deberíamos estar agradecido o crees que el Señor no tendrá en cuenta tu falta de amor hacia Él?

¡Dios me invita hoy a su fiesta! ¿Y cómo respondo yo? Dios llama e invita continuamente también a este mundo inmerso en la guerra, en la maldad, en la desesperanza más oscura y toca y toca a la puerta de cada hombre y lo hace con el banquete listo y el hombre cubre sus oídos con reproches banales y en burda de ilusoria autosuficiencia, escapa de la voz de Dios y así, en su aletargado egocentrismo sólo engendra la desdicha.

¿Y nos preguntamos de verdad, porqué de nuevo la guerra? ¿Y nos preguntamos de verdad, porque no tenemos felicidad en nuestra vida? ¿Y nos preguntamos de verdad porqué Dios parece no estar a nuestro lado? Toda negación a la invitación de Dios, será un recurrir en la desesperanza y la desesperanza trae consigo la ausencia de la paz.

El lugar donde "habrá llanto y rechinar de dientes" es la expresión más frecuente para hablar del infierno como un lugar de terrible sufrimiento (Mt 13,42.50). ¿Acaso Dios no quiere librar a sus creaturas del infierno al que el hombre mismo somete a la humanidad? En el infierno no hay paz, porque no se podrá ver a Dios, igualmente en este mundo no podrá ser posible la paz si los hombres no responden a la llamada de Jesús.

Y nosotros, los cristianos, ¿qué esperamos? Respondamos como María Virgen, con prontitud, y con presteza y abramos nuestro corazón a Aquel que llama y que se nos anuncia como el Príncipe de Paz. Proclamemos su reinado, para que gobierne la paz, como fruto de la Fe, la Esperanza y el Amor y finalmente, alcancemos el cielo, estado del divino y eterno consuelo.

Amén, que así sea. 

Mons. + Abraham Luis Paula