Festividad de los Santos Arcángeles
"Guardianes Celestiales: El Misterio y Misión de los Santos Ángeles"
La solemnidad que hoy celebramos junto a toda la Iglesia universal, es una ocasión sacrosanta para elevar nuestras almas en gratitud al Omnipotente, Aquel que, en su infinita misericordia y providencia, ha dispuesto los medios celestiales por los cuales somos protegidos y guiados en esta peregrinación terrena. El ministerio angélico, consagrado desde la eternidad para servir a Dios en la plenitud de su gloria, se extiende hasta nosotros, sus hijos, como una expresión viva del amor paternal que se desborda desde el trono divino. Así como el Señor envió a sus ángeles para velar sobre su creación, estos seres luminosos, partícipes de la eterna liturgia celestial, no cesan de asistirnos a nosotros, los herederos de la salvación.
Los ángeles son nuestros consiervos, nuestros servidores, aquellos espíritus celestiales designados por Dios para nuestro apoyo en las pruebas de la vida, que luchan a nuestro lado y por nosotros contra los poderes de las tinieblas. Así nos los recuerda la Escritura: "¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salvación?" (Hebreos 1:14). De igual manera fue entendido por los Santos Padres, San Basilio Magno nos habla de los ángeles diciendo: "Sabemos por la voz de Moisés que un ángel fue asignado al cuidado del pueblo de Israel. Que cada uno de los fieles tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida". (Homilía sobre los Salmos, 33, 16).
Los ángeles, además, nos ofrecen otro motivo luminoso y jubiloso para dar gracias a Dios Todopoderoso. En su contemplación, vislumbramos el camino que debemos seguir para alcanzar la visión beatífica del Padre eterno: el sendero del servicio, la alabanza y la obediencia. Este es, sin duda, el glorioso destino de la vida: llegar a ver los cielos abrirse y a los ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre (cf. Juan 1:51). Los ángeles, como hermanos y compañeros de nuestro peregrinaje, nos animan a elevar nuestra mirada y a encender en nuestros corazones el deseo ardiente de la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
¡Qué gloriosa y sublime es esta festividad cristiana, en la cual elevamos nuestras almas en profunda reverencia y adoración al Creador y Dios, por la insondable bondad con que nos ha concedido a nuestros hermanos celestiales, los ángeles! ¡Qué gran misterio el de esta comunión entre el cielo y la tierra, y qué gran gozo el nuestro al poder celebrar este acto de alabanza, que une nuestras voces con la de los coros angélicos en la eterna adoración del Señor de los cielos y de la tierra!
El ministerio de los santos ángeles
Adentrémonos, pues, en el conocimiento más profundo de este misterio celestial que hoy celebramos, en el cual la tierra y el cielo se entrelazan en un canto eterno de alabanza. Fue el venerable Pseudo-Dionisio Areopagita, Padre de la Iglesia del siglo VI, quien, inspirado por la tradición apostólica, nos reveló la sublime ordenación de las jerarquías angélicas, un esquema divinamente establecido que refleja la perfección y el orden del cosmos. En su tratado sobre la jerarquía celestial, distinguió tres coros principales, tres círculos de luz que giran en torno al trono del Altísimo.
En la primera y más excelsa jerarquía se encuentran los Serafines, Querubines y Tronos, aquellos que, en su proximidad al Dios Trino y Uno, contemplan incesantemente su gloria y son consumidos por un ardor de amor purísimo. Los Serafines comunican el amor de Dios, los Querubines la verdad de Dios, y los Tronos el propósito de todas las cosas a la siguiente jerarquía de ángeles.
Les siguen, en la segunda jerarquía, las Dominaciones, Virtudes y Potestades, cuya misión es ordenar y gobernar los cielos, sustentando la armonía del universo creado por la mano divina. La noción de que los ángeles intervienen en el movimiento de los astros o en el cambio de las estaciones puede parecer a algunos difícil de aceptar, pero si consideramos lo que podríamos denominar el "principio del mayor bien compartido," esta realidad cobra un sentido mucho más profundo.
Dios, en su omnipotencia, tiene el poder absoluto de gobernar todo el universo sin la intervención de ninguna criatura. No necesita de los ángeles, ni de nosotros para llevar a cabo sus designios. Sin embargo, el Señor, en su infinita bondad y amor, ha querido que no solo participemos de su vida divina, sino que también nos invita a colaborar en Su obra creadora. Al delegar en los ángeles tareas como el ordenamiento de la creación y, en nosotros, misiones propias de nuestro estado, Dios nos otorga el privilegio de compartir Su actividad divina.
De este modo, cuanto más involucra el Señor a sus criaturas en el cumplimiento de su plan, mayor es su gozo al vernos participar de su obra y, ciertamente, más nos deleitamos nosotros al ser partícipes de ese misterio. Cada gesto, cada intervención divina en la que colaboramos, es una manifestación del amor perfecto de Dios que se difunde a través de todas sus criaturas, desde los ángeles hasta los seres humanos, elevándonos a un nivel más alto de comunión y plenitud en su infinita gracia.
Finalmente, en la tercera jerarquía, más cercana a las necesidades de los mortales, están los Principados, Arcángeles y Ángeles, servidores celestiales que velan por la humanidad, siendo mensajeros de la voluntad divina y protectores de nuestras almas en el peregrinaje hacia la eternidad.
Estos últimos, en su humildad y cercanía a nosotros, son compañeros incansables de nuestro caminar en la fe, guiándonos con celo y amor hacia la luz imperecedera de Dios. Los Principados son considerados los "generales espirituales" que guían y dirigen la acción de los Arcángeles y Ángeles Custodios en la continua batalla espiritual que se libra en la tierra. En este orden divino, los Arcángeles desempeñan una triple misión fundamental:
Primero, son enviados para protegernos de las asechanzas de Satanás y de los demonios, como es el caso del valiente San Miguel, quien lucha en la defensa del pueblo de Dios. Segundo, nos asisten en el discernimiento de la voluntad divina; así lo demuestra el Arcángel Gabriel, quien anuncia a María el sublime plan de salvación y también instruye a San José sobre la importancia de acoger a María como su esposa y de huir al Egipto ante la amenaza de Herodes. Tercero, los Arcángeles también tienen la noble tarea de sanarnos, tal como lo hace San Rafael, el cual nos recuerda que la sanación es parte del amor de Dios hacia sus criaturas.
El último grupo de ángeles, los ángeles guardianes, son los fieles custodios que acompañan a cada ser humano. Según enseña la Iglesia universal, desde el inicio de su existencia y hasta el momento de su partida de este mundo, cada persona está rodeada por el cuidado vigilante y la intercesión amorosa de un Ángel de la Guarda, quien, en su misión divina, nos guía y protege en cada paso de nuestra vida.
La santidad en los ángeles
¿Por qué, entonces, nos referimos a ellos como "santos" arcángeles o "santos" ángeles? La palabra "santo", que proviene del griego hagios, denota aquello que es sagrado y se distingue por su pureza y dedicación a Dios. Este término no se limita únicamente a designar a aquellos seres humanos que han alcanzado la plenitud de la salvación y han sido elevados a la gloria celestial; su aplicación se extiende también a los espíritus puros que habitan en la esfera divina.
Los ángeles, en su esencia espiritual, son considerados santos no solo por su cercanía a Dios, sino también por su rol en la realización de Su voluntad. Estos seres celestiales, dotados de una naturaleza inmaterial y radiante, reflejan la santidad de Dios en sus acciones y ministerios, cumpliendo con lealtad y fervor las misiones que se les encomiendan. De esta manera, el término "santo" se convierte en una exaltación de su estado y función dentro del orden celestial, recordándonos que la santidad puede manifestarse tanto en la humanidad como en los ángeles que, en su pureza, sirven y glorifican al Altísimo.
El Catecismo de la Iglesia Antigua Católica y Apostólica, en armonía con la enseñanza de la Iglesia indivisa, establece una clara distinción entre los santos ángeles y aquellos que han transgredido el orden divino, convirtiéndose en agentes del mal. Estos últimos, a quienes se les atribuye el papel de seductores y calumniadores, son conocidos como espíritus malignos o demonios, encabezados por el propio Satanás. Mientras que los santos ángeles son portadores de la luz y la gracia, los ángeles transgresores, en su rebeldía, se convierten en enemigos de Dios y de la humanidad. Esta distinción es fundamental para comprender el profundo misterio del bien y del mal en el universo, recordándonos que, aunque los ángeles santos actúan en favor del plan divino, aquellos que han elegido apartarse de Dios buscan constantemente la perdición de las almas. Así, en esta batalla espiritual que nos rodea, el pueblo de Dios se encuentra bajo la constante protección y guía de sus ángeles santos, quienes iluminan nuestro camino y nos inspiran a vivir en conformidad con la voluntad divina.
Los Tres Grandes Arcángeles
Os invitamos a sumergiros en la rica y misteriosa existencia de los Santos Arcángeles, estos mensajeros celestiales que la Iglesia Universal ha venerado y que hoy, en esta celebración llena de alegría, nos inspiran a elevar nuestras almas. Reconocidos por su singular misión en el plan divino, los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael son figuras centrales en la historia de la salvación, cada uno portador de un mensaje y un propósito divinos que resuenan a través de los siglos.
1. Santo Arcángel Miguel
Por encima de los nueve rangos angelicales, el Señor ha colocado al Arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa: "¿Quién es como Dios?". En el Antiguo Testamento, se presenta como el gran defensor del pueblo de Israel contra el demonio, y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 12, 7-9): "Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero".
Venerado como guardián de la Iglesia, en la tradición mística se le identifica como capitán de los ejércitos celestiales. Se apareció a Josué antes de la batalla de Jericó; fue también quien guió al pueblo de Israel a través del desierto y quien salvó a los niños hebreos del horno ardiente de Nabucodonosor. Miguel es conocido en la cábala (libro místico judío) como el defensor y guerrero de la creación, y como vencedor en la batalla contra los ángeles rebeldes (demonios).
Miguel, equipado con coraza y espada, se le representa también con una lanza, aniquilando a Satanás. La lanza simboliza la fuerza de Dios, que el Arcángel utiliza para abatir al demonio. La coraza representa la humildad, que apaga los dardos encendidos del infierno y la maldad; la espada de doble filo es la palabra de Dios, que confunde la mentira y disipa las dudas y el ego, los cuales son utilizados por el orgullo de Lucifer para intentar imitar a Dios, confundir y perder las almas.
2. Santo Arcángel Gabriel
El Arcángel Gabriel es el heraldo de los misterios de Dios. Su nombre en hebreo significa: "el hombre de Dios" y "la fortaleza de Dios". Enviado por Dios para proclamar a las personas las grandes obras divinas, la Iglesia lo llama ministro de los milagros y misterios de Dios, heraldo de alegría y salvación, y ministro de la omnipotencia divina.
La Santa Iglesia representa al Arcángel Gabriel con una rama del paraíso en la mano, que ofrece a la Virgen María; a veces, se le muestra en la mano derecha sosteniendo una linterna, dentro de la cual arde una vela, y en la mano izquierda, un espejo de jaspe. Es representado además con un espejo porque el Arcángel Gabriel es el mensajero del destino de Dios en la salvación de la raza humana.
A veces porta una vela, simbolizando que los destinos de Dios están ocultos hasta el momento de su cumplimiento y, por el cumplimiento mismo, son comprendidos sólo por aquellos que miran constantemente en el espejo de la Palabra de Dios y su conciencia. Por tanto, el Arcángel Gabriel es signo de esa "fe de Dios, para la cual, según la Palabra del mismo Salvador, nada es imposible".
San Gabriel es para el pueblo de Dios un símbolo de esperanza, cada vez que aparece trae consigo una promesa de bendición, guía y amparo celestial.
3. Santo Arcángel Rafael
Es uno de los siete ángeles que están ante la presencia de Dios (Apocalipsis 21,9; 22,8). En hebreo, Réja-el significa "Dios ha curado" o "medicina de Dios". La tradición cristiana identifica a Rafael con el ángel que el Señor enviaba periódicamente para remover las aguas de la piscina de Betesda, también conocida como "casa de la misericordia" (Juan 5,4-6). En el himno litúrgico del Arcángel Rafael, se canta una fórmula extraída de esta rica tradición, que hace referencia a este mismo acto de sanación.
La Santa Iglesia representa al Arcángel Rafael sosteniendo en su mano izquierda, ligeramente levantada, una vasija con remedios médicos, simbolizando su papel como sanador divino. Con la mano derecha, conduce a Tobías, quien forma parte de un grupo particular de relatos históricos conocidos como "de narración libre", mientras lleva consigo un pez capturado en el río Tigris, que simboliza no solo la curación, sino también la providencia y el acompañamiento en el camino hacia la sanación y la verdad.
Estos son los tres grandes arcángeles más conocidos en las tradiciones judía y cristiana. Sin embargo, no son los únicos que la Iglesia en su totalidad ha reconocido como pertenecientes a este alto grado angélico. A continuación, presento los nombres de los restantes arcángeles identificados tanto en el judaísmo como en las Iglesias ortodoxas en su mayoría. Es importante señalar que la fuente que respalda la existencia de tales arcángeles proviene del judaísmo rabínico, así como de la escritura apócrifa y deuterocanónica.
Más allá de los Tres Grandes Arcángeles: La Compañía Celestial
Santo Arcángel Uriel
El arcángel Uriel, cuyo nombre se traduce del hebreo como "la luz o fuego de Dios", se manifiesta como el iluminador de los que se encuentran en la oscuridad y de aquellos que caminan en la ignorancia. Su luz no solo esclarece los sentidos espirituales y corporales, sino que también actúa como mentor para los perdidos, siendo un estímulo constante para la oración.
Uriel, en su esencia, representa el resplandor del fuego divino, iluminando las mentes de las personas con revelaciones de verdades útiles. Como ángel de luz, brinda claridad y comprensión; como ángel del fuego sagrado, inflama los corazones con amor hacia Dios, erradicando así las impurezas y ataduras terrenales que los mantienen cautivos.
De acuerdo con la rica tradición del judaísmo rabínico y en diversas corrientes del cristianismo, incluyendo la católica, anglicana, ortodoxa y copta, Uriel es reconocido como uno de los príncipes regentes de los Serafines y Querubines, un ángel que rige sobre el Sol y uno de los príncipes de la Divina Presencia, a menudo asociado con la salvación.
La historia sagrada lo presenta como el destructor de los ejércitos de Senaquerib y se le atribuye haber luchado con Jacob en Peniel (Génesis), donde se narra que Uriel otorgó un nuevo nombre a Jacob. Asimismo, se le menciona guiando a Abraham en sus travesías (Génesis) y marcando las puertas de las casas de los hebreos en Egipto, protegiéndolos de la décima plaga (Éxodo 12:12).
El Santo Arcángel Uriel es representado con una espada desnuda en su mano derecha, firme contra su pecho, y una llama de fuego en la mano izquierda, orientada hacia abajo, simbolizando su intenso celo y dedicación al Dios al que sirve.
2. Santo Arcángel Yehudiel
Jehudiel, o Yehudiel (en hebreo: יהודיאל, "el que muestra gratitud hacia Dios"), es uno de los siete arcángeles venerados en las tradiciones ortodoxa y católica. Se representa al santo Arcángel Yehudiel sosteniendo una corona de oro en su mano derecha, simbolizando la recompensa de Dios para las personas piadosas y santas, mientras que en su mano izquierda sostiene un flagelo de tres cuerdas negras con tres extremos, que representa el castigo destinado a los pecadores.
3. Santo Arcángel Selaphiel
San Selafiel, o Selatiel, cuyo nombre proviene del arameo y significa "Plegaria a Dios", es otro de los siete arcángeles en la tradición ortodoxa y en la devoción popular católica. Se le identifica con Salathiel del libro apócrifo Segundo de Esdras. Este arcángel es representado con las manos juntas en profunda oración o sosteniendo incienso de adoración, simbolizando así su unión gozosa con Dios. En su iconografía, a menudo se le muestra con los ojos abatidos y los brazos cruzados sobre el pecho, evocando la ternura de una oración sincera. La oración es considerada su cualidad especial, y los cristianos ortodoxos frecuentemente invocan su ayuda cuando sus rezos sufren de distracciones o frialdad.
4. Santo Arcángel Barachiel
Barachiel, cuyo nombre en hebreo significa "bendecido por Dios", es uno de los siete arcángeles en la tradición católica bizantina y ortodoxa oriental. El Tercer Libro de Enoc lo describe como uno de los ángeles que sirven como honorables y poderosos príncipes angelicales en el cielo, liderando a 496,000 ángeles. Se le considera un serafín que custodia el trono de Dios y es el líder de todos los ángeles de la guarda.
En la tradición católica bizantina y ortodoxa oriental, Barachiel es venerado como un santo oficial, siendo especialmente conocido como patrón de la vida familiar y matrimonial. Se le reconoce también como el ángel asignado por Dios para velar por los conversos, o "hijos adoptivos de Dios", ayudándoles en sus vidas.
En la iconografía, a menudo se representa a Barachiel sosteniendo una rosa blanca contra el pecho o con pétalos de rosa esparcidos sobre su vestimenta, particularmente en su manto. Esta dispersión de pétalos simboliza las dulces bendiciones que Dios derrama sobre las personas. En el catolicismo romano, Barachiel es representado sosteniendo una canasta de pan o un bastón, símbolos de las bendiciones de tener hijos que Dios otorga a quienes son padres.
5. Santo Arcángel Jeremiel
El nombre de este ángel de Dios, Jeremiel, significa "elevación al Señor". Su misión es inspirar a los creyentes con pensamientos positivos, guiándolos a abandonar los hábitos mundanos y a encontrar la paz en Dios.
En el Tercer Libro de Esdras se plantea una inquietante pregunta de las almas de los justos en sus retiros: "¿Hasta cuándo esperaremos así? ¿Y cuándo llegará el fruto de nuestra retribución?" A esta pregunta responde el Arcángel Jeremiel: "Cuando se cumpla el número de las semillas en ti, porque el Altísimo pesó esta edad en balanza, midió los tiempos con medida, y contó las horas con números, y no se moverá ni acelerará hasta que se cumpla la medida determinada" (3 Ed 4:35-37).
Jeremiel es mencionado en el Tercer Libro de Esdras, donde estuvo presente en la primera conversación entre el arcángel Uriel y el sacerdote Esdras. Durante este diálogo, respondió a la pregunta de Esdras sobre las señales que preceden al fin del mundo pecaminoso y el comienzo del reino eterno de los justos (3 Esdras 4:36).
De acuerdo con su nombre, el Arcángel Jeremiel es enviado desde lo alto por Dios para promover la exaltación y el retorno del hombre a Él. No solo revela la sombría perspectiva de un mundo pecaminoso, que se deteriora con el tiempo, sino que también ayuda a vislumbrar las semillas santas de la vida eterna en medio de un mundo moribundo (ver Juan 12:24).
El Arcángel Jeremiel es representado sosteniendo una balanza en su mano derecha, simbolizando su papel en la medida y evaluación de las almas.
La Protección Celestial: Un Vínculo Sagrado con el Reino Divino
Con este brevísimo recorrido por la naturaleza y el significado de los santos ángeles, en especial de los Santos Arcángeles, nos vemos persuadidos a reconocer que toda la vida de la Iglesia se nutre de la ayuda misteriosa y poderosa de estos seres espirituales.
En la liturgia, la Iglesia se une en armonía con los ángeles para adorar al Dios tres veces Santo, e invoca su asistencia y cooperación en cada rito sagrado. En la celebración Eucarística de la Iglesia Antigua Católica y Apostólica, al concluir el Asperges, se eleva la súplica: "Envía a tu Santo Ángel a disponer este templo para la celebración de tus santos misterios...". Posteriormente, durante la Plegaria, imploramos al Padre: "Permite que esta Ofrenda sea llevada por las manos de tu Santo Ángel a tu sublime presencia...", y así, en innumerables oraciones, himnos y bendiciones, la mención de los ángeles se convierte en un eco significativo de la fe de la Iglesia y la gratitud que brota de nuestro ser por tan maravillosa compañía celestial.
Desde su inicio hasta el umbral de la muerte, la vida humana está rodeada por la protección y la intercesión de los ángeles, quienes, en su inefable sabiduría y amor, nos guían en nuestro camino hacia lo eterno.
¡Qué infinita es la grandeza y la omnipotencia de nuestro Dios y Padre, Creador de todo lo visible e invisible!
Oración
Oh Padre Eterno, fuente de todo poder y majestad, con humildad y gratitud elevamos nuestras almas en reverencia ante tu omnipotencia infinita. Tú, en tu insondable sabiduría, has dispuesto a nuestros hermanos los santos ángeles, custodios celestiales, para el bien de los creyentes y el perfecto equilibrio del cosmos. Ellos, superiores a nosotros en naturaleza, no buscan gloria propia ni supremacía, sino que, con profunda humildad y amor, te sirven sin cesar, al igual que nosotros, tus hijos redimidos, nos postramos en adoración ante tu trono divino.
Te alabamos, Señor, por estas criaturas sublimes, por las diversas jerarquías que has establecido en el coro angélico, y por sus santos ministerios que nos envuelven con tu luz y protección. Que jamás falte a tu Iglesia redimida la compañía augusta de estos guardianes, que con su pureza y entrega nos conducen por sendas de justicia y nos fortalecen en nuestro peregrinaje hacia ti.
Permite que, unidos a ellos, en cada instante de nuestras vidas y hasta la eternidad, nuestras voces se eleven en armonía celestial, en una alabanza pura y perfecta a ti, Dios Todopoderoso. Que por los méritos de tu Hijo, Jesucristo, Soberano de todo lo creado, y con el poder vivificante del Espíritu Santo, Paráclito, podamos adorarte sin cesar, en espíritu y verdad, por los siglos de los siglos. Amén.
Monseñor + Abraham Luis Paula