El regreso del hijo pródigo
"Entonces, volviendo en sí, dijo: ``¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! ``Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: `Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores." Lucas 15: 17-19
Homilía - Domingo IV de Cuaresma - Ciclo C
Josué (5,9a.10-12) - Sal 34,2-3.4-5.6-7 - 2 Corintios (5,17-21)
+ Lectura del santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32)
Queridos hermanos en Cristo, nos acercamos paso a paso al monte Calvario y en este peregrinar, hemos llegado hoy al IV domingo de Cuaresma. La Iglesia, mediante la liturgia, quiere dirigirnos una llamada firme a la reconciliación con Dios. El Evangelio nos la señala, como actitud fundamental, como rasgo esencial de nuestra vida de fe. En este tiempo especial para el espíritu, como es el cuaresmal, la invitación a la reconciliación debe resonar con fuerza particular en nuestros corazones y en nuestras conciencias. Si somos verdaderamente discípulos y confesores de Cristo, que ha reconciliado al hombre con Dios, no podemos vivir sin buscar esta reconciliación interior. No podemos permanecer en el pecado y no esforzarnos para encontrar el camino que lleva a la casa del Padre, que siempre está esperando nuestro retorno.
La verdadera conversión del corazón tiene lugar cuando volvemos a Dios, que satisfacción tan grande la del cristiano cuando conoce los atributos divinos de su Padre, Él es inmutable, quiere decir, no cambia. Nuestros caminos pueden ser muchos, pero sabemos claramente que al volver nuestro Padre está allí, sin mutación, sin mudanza, es por eso que es el más alto refugio, nuestro fiador por excelencia, nuestro más grande amor, sí, Dios es amor y como verdadero amor no palidece jamás.
Los que experimentamos las dulzuras de nuestro Padre, cantamos sin cansarnos junto al salmista: "Gustad y ved cuán bueno es el Señor", porque aún cuando volvamos después de mucho tiempo, sin fuerzas, destrozados, arrepentidos, afligidos, "invocamos al Señor, él nos escucha y nos salva de nuestras angustias".
Efectivamente, nadie tiene el poder de librarnos de nuestros pecados, sino sólo Dios. Y el hombre que consigue esta remisión, recibe la gracia de una vida nueva del espíritu, que sólo, Dios puede concederle en su infinita bondad.
El amor que siente por nosotros nuestro Padre Celestial es tan grande que ha ofrecido a su propio Hijo como pago por nuestros pecados. Es como si cada uno de nosotros fuera el hijo del texto del evangelio que reclama su parte de la herencia y la desperdiciara y, en lugar de estar comiendo la comida de los cerdos para siempre -como mereceríamos por nuestra maldad-, el Padre nos llevara de nuevo a la amistad con Él. Pues así lo hizo Dios, al hacerse humano en la persona de Jesús, por su muerte y resurrección, para sacarnos de la oscuridad.
En la primera lectura del libro de Josué, encontramos ya desde antaño este rasgo recurrente del Padre amoroso, dice que Él quitó de encima de su pueblo el oprobio de Egipto. En la Sagrada Escritura Egipto representa el mundo, la esclavitud y el pecado. De allí sacó el Señor con mano firme y portentosa a su pueblo, de "Egipto" quiere sacarnos el Señor hoy en día, quiere libertarnos de aquellos vicios que nos esclavizan y nos dominan y por los cuales somos capaces de hacer cualquier cosa sin medir consecuencias, el Señor quiere libertarnos del pecado de los celos, de la envidia -antesala del infierno en el corazón humano-, de la idolatría de nuestros días que es el culto al cuerpo, la búsqueda del placer por el placer, del sexo sin amor.
El Señor quiere sacar al mundo del genocidio -y ahí vemos la guerra entre países hermanos-, del letargo de nuestras conciencias, que no nos permite ver además de las guerras bélicas otras formas de matarnos, esas formas de dar muerte a la imagen de Dios, todas de igual magnitud de injusticia y miseria humana.
Todavía algunos se preguntan donde está Dios ante una catástrofe natural o alguna situación desesperante, y yo pregunto, ¿dónde está el hombre queriendo que sus acciones honren a Dios? ¿Dónde están los hombres que dicen que aman a Dios? En primer lugar, la humanidad de hoy no busca agradar a Dios, porque le ha dado la espalda y las nuevas generaciones no le conocen; y aquellos que decimos representarlo, estamos empedernidos de religión, nuestro mensaje ya no tiene luz ni fuego, porque precisamente no pasa de ser mensaje, y a veces cuando algo hacemos es por pura diplomacia o mantener las buenas costumbres. ¡Qué lejos estamos de Dios!
Pues bien, Dios conoce ese pecado. No escondamos lo que somos. Dios sabe quién somos y lo que hemos cometido. Pero el Padre, además de conocernos, nos ama y está dispuesto a dejar todo atrás, quiere acogernos en sus brazos, vestirnos como merecemos por ser sus hijos muy amados; quiere darnos la oportunidad de sanar las heridas que nos ocasionamos al alejarnos de Él. El mundo tiene que volver a Dios.
Por medio de la parábola del hijo pródigo, el Señor ha querido grabar y profundizar esta verdad, no sólo en nuestro entendimiento, en nuestro corazón y en nuestra conciencia. Cuántos hombres en el curso de los siglos, cuántos de los de nuestro tiempo pueden encontrar en esta parábola los rasgos fundamentales de propia historia personal.
Todo comienza con el alejamiento, como se había alejado ese hijo del padre, a tal punto que ya, ya tan lejos estamos, que no escuchamos Su Voz, su palabra comienza a ser para nosotros como historias del pasado y Dios entonces es suplantado por otras corrientes espirituales, donde priman más los sentimientos que la verdad.
Nos alejamos del Padre cuando, egoístamente no compartimos absolutamente nada y no hablo ahora de las cosas materiales, sino de nuestro tiempo, de nuestra comprensión, de nuestra amabilidad, existe mucha gente amargada en la vida y no son precisamente los pobres de la tierra, mucha gente que por alguna razón se siente que está sobre el otro y que puede pisotear y legislar a su antojo. Entonces derrochamos pecado, porque solo pecando, quiere decir, dañándome a mí mismo y dañando al prójimo me siento vivo y así se nos va acabando la vida y nos encontramos vacíos.
Milagrosamente algunos pocos, en medio del dolor y la desesperación nos acordamos de nuestro Padre, sí, óiganlo, del Padre, porque a Dios vuelven los hijos verdaderos, Dios no tiene bastardos. Y es por ello tenemos que predicar la Palabra de verdad y engendrar hijos para Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, esa Palabra es rechazada porque muestra la indignidad de los herederos del Reino y en aquellos que no son hijos la pérdida de la dignidad humana. Pero es allí en esa miseria donde volvemos a nuestra conciencia y vemos de todo lo que nos hemos privado por el pecado y entonces decimos: «Me levantaré e iré a mi Padre» (Lc 15, 18), con quien he roto los puentes para poder pecar «libremente», para poder derrochar «libremente» los bienes recibidos. Debo encontrarme con el rostro del Padre, no merezco acogida alguna en la casa paterna, pero al mismo tiempo, deseo ardientemente retornar.
Dios es amor y tener conciencia de ese amor nos ayudará a vencer de vencer sobre nuestra culpa y nos traerá de vuelta a la casa del Padre, allí voy a encontrar sobre todo paz, porque todos los bienes que disfrutamos en el Señor redundan en paz, no te preocupan los tiempos, no te asuntan las amenazas de hambre e incluso ni la muerte, porque sabes que NADA te podrá separar del Amor de Dios.
Examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de la enmienda. Como en la parábola del hijo pródigo, éstas son las etapas al mismo tiempo lógicas y sicológicas de la conversión. Cuando el hombre supere en sí mismo, en lo íntimo de su humanidad todas estas etapas; nacerá en él la necesidad de la confesión. Y entonces, a partir de ahí, si es sincera, comenzará la gran liberación, el tiempo de Pascua, esto es, del gozo, de la fiesta.
Mediante Cristo, su pasión y muerte en la cruz se colocan entre cada una de las conciencias humanas, cada uno de los pecados humanos, y el infinito amor del Padre. Este amor, presto a perdonar no es otra cosa que la misericordia. He aquí cómo se expresa el Apóstol de la reconciliación con Dios: "A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios".
Y, aquel "que es de Cristo se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo. Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5, 17-18).
Que no nos falten a ninguno de nosotros amados en el Señor, la paciencia y el ánimo de hacer enmienda de vida, de volvernos a nuestro Dios. Que no nos falte sobre todo el amor por Cristo que se ha entregado a Sí mismo por nosotros, mediante la pasión y la muerte en la Cruz.
Que no nos falte la fuerza y la valentía de anunciar a este mundo que sólo en Él pueden hacerse realidad la verdadera fraternidad entre los hombres. Que este amor haga brotar en nuestros corazones la misma confianza profunda que brotó en el corazón del hijo de la parábola de hoy: «Me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre, he pecado».
Amén, Que así sea.
Mons. + Abraham Luis Paula