El Subdiácono en la Iglesia Antigua Católica y Apostólica

11.05.2022
Izquierda: Subdiácono revestido de tunicela color rojo
Izquierda: Subdiácono revestido de tunicela color rojo

Los acólitos que reciben la Orden del Subdiaconado entran en una etapa probatoria para las Ordenes Mayores del Diaconado y el Sacerdocio, -no todos los subdiáconos pueden sentirse llamados a las siguientes órdenes, por lo que existe el subdiaconado permanente-, esta Orden confiere a quienes la reciben, mayor energía y firmeza de propósito, a fin de que con sinceridad de corazón dediquen sus vidas a Cristo en Su santa Iglesia.

Es tan grande, por cierto, la responsabilidad de quienes en las Ordenes Mayores llegan a ser representantes de Cristo que, con frecuencia se establece con este grado preparatorio una temporada de prueba durante la cual, quienes aspiren a tan sublime estado se examinen a sí mismos, sobre todo si son jóvenes en edad o novicios en materias eclesiásticas, para que no acometan con ligereza o imprudencia tan solemne empresa.

Desde tiempos antiguos el ministerio encomendado a esta Orden, consistía en el desarrollo de ciertas tareas que, sin lugar a dudas, le hacían considerarse servidores de los siervos de Dios y por tanto del Altar del Señor.

Al subdiaconado le incumbe proporcionar el agua para el servicio litúrgico, servir al diácono, lavar los corporales y las ropas del Altar, cambiarlos según las fiestas, ayunos y estaciones; por esta razón, tiene la bendición general de tocar el Altar y lo relacionado al mismo, algo lo que los lectores y otros servidores no pueden hacer.

Es menester del subdiácono cuidar las vestiduras del clero, presentar el cáliz y la patena que deben emplearse en la Santa Misa al Diácono, es responsable de coordinar y liderar el equipo de servicio y de la formación de nuevos servidores.

Además de los deberes anteriores, al subdiácono se reserva la lectura de la Epístola en la Santa Eucaristía si solo hay un diácono. Para los servicios, se reviste con un alba, porta el manípulo, el cíngulo y la tunicela. A diferencia de sus hermanos ortodoxos que usan el orarion, el subdiácono de rito occidental no usa su equivalente, la estola, que está reservada para diáconos, sacerdotes y obispos.

Se exige a quienes reciben esta santa Orden que procuren adquirir ciertas virtudes del carácter, simbolizadas por las vestiduras que han de llevar. El amito simboliza el refreno de la palabra; el manípulo, amor al servicio y diligencia en toda buena obra; la tunicela, el espíritu de gozo y júbilo, dominio sobre las inquietudes y el abatimiento, o sea, confianza en la Buena Ley, lo que equivale a reconocer y aceptar el plan revelado por Dios omnipotente para el perfeccionamiento de su creación. Es la única orden menor que tiene un ornamento propio: la tunicela.

Además de los ornamentos que ha de llevar el subdiácono una vez sea bendecido para su santa labor, en la ceremonia de ordenación, el aspirante debe tocar con los dedos de su mano derecha el cáliz y la patena vacíos, mientras el prelado le dice: «Ve el divino ministerio que te es confiado; es por eso que debo advertirte que te conduzcas siempre de una forma que agrade a Dios...» Y, tras tomar con su mano derecha las vinajeras y el libro de las Epístolas, el obispo añade: «Recibe el libro de las Epístolas con el poder de leerlo para los vivos y los muertos en la santa Iglesia de Dios».

El vestido de calle clerical del subdiácono es la sotana negra, de corte conocido como "sarum", de botonadura sencilla y cruzada, se abrocha en los hombros en el lado opuesto del pecho y en la cintura con un botón oculto, en el pectoral se aprecian tres botones, símbolo de la naturaleza triada de la Única Deidad adorable. Las sotanas a menudo se usan sin cinturón, no obstante, algunos optan por un fajín. El hábito talar, es un símbolo de su supresión de sus propios gustos, voluntad y deseos, y su obediencia canónica a Dios, a su obispo y las normas litúrgicas y canónicas de la Iglesia.  


Mons.+ Abraham Luis Paula Ramírez