El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Sin lugar a dudas, desde el momento de la Institución del Sacramento de la Sagrada Comunión, - también llamado la Misa, el Sacramento del Altar, la Cena del Señor, la Fracción del Pan, la Mesa del Señor y el Santísimo Sacramento -, la fe y la piedad eucarística se inclinaron notablemente hacia el reconocimiento de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Si bien es cierto que al respecto se han hecho correr ríos de tinta, desde mi experiencia ecuménica puedo asegurar que, es tal la devoción que la celebración de la Cena del Señor despierta en toda la cristiandad, que, aun en aquellas iglesias que la observan como un sagrado mandamiento estrictamente, en la práctica lo viven con tal reverencia y temor santo, que nada difieren de aquellas que sí creemos en la presencia real del Señor Sacramentado.
Como católicos antiguos no debe ser nuestro objetivo tratar de explicar un misterio del propio hacer de Dios, más bien, estamos llamados a vivir y sentir desde la Fe este sacramento, más admirable que el maná, ya que creemos que Cristo mismo se nos da en las especies de pan y vino. "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo". (Juan 6: 51).
Las grandes controversias han surgido cuando se han usado términos filosóficos con respecto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía, a los hombres no se nos da nada bien poner nombre al misterio. No obstante, muchas son las tradiciones cristianas que de manera más confiada observan apelaciones acríticas a pasajes bíblicos, por ejemplo, 1 Corintios 10:16; 11: 23-29 o, el discurso en Juan 6: 26-58, que he citado anteriormente.
A la luz de la santa Palabra de Dios queda claro, que la Sagrada Comunión es recuerdo, conmemoración y memorial, pero este recuerdo es mucho más que un simple recuerdo intelectual. "Haced esto en memoria de mí" (Lucas 22:19; 1 Corintios 11: 24-25), es anamnesis - palabra griega bíblica - que significa que el pasado es traído hasta el presente, y que de esta manera se convierte en impulso para hacer algo, en el aquí y el ahora. Dicho de otro modo, esta acción dinámica se convierte en una re-presentación de los pasados actos salvíficos de Dios en el presente, tan poderosamente que los hace verdaderamente presentes ahora.
Aquellos que me conocen, saben que siempre hablo de redescubrir para salud de la Iglesia su dimensión mística, realmente el cristianismo en un principio fue místico, el ascetismo que tanto se ha idealizado, fue introduciéndose por la puerta trasera un poco más tarde. La historia de la misantropía en la cristiandad que trajo consigo los cilicios, las mortificaciones y los sacrificios, tienen un surgimiento tardío, y aunque nos han deslumbrado la vida de ciertos santos que alcanzaron los altares a base de flagelaciones y el apego al dolor purgativo; sin temor afirmo, que a la cristiandad tales prácticas y sombríos ejemplos le hicieron más mal que bien. Es un error medir la virtud de una persona por la extensión y carácter de sus penitencias corporales.
Cierto es, que la llamada de la Palabra de Dios a una meditación de las bondades del Señor, debe llevarnos "a renunciar a la maldad y a los deseos mundanos, y a llevar en el tiempo presente una vida de buen juicio, rectitud y piedad." (Tito 2:12). De la boca del mismo Jesús escuchamos: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí." (Mt. 10: 38). No obstante, una cosa es hacer verdadero ejercicio de la voluntad, motivados por el ejemplo del Señor, quién por amor se da por nosotros en la Cruz; y otra es creer, equivocadamente, que ciertas disciplinas de carácter flagelante nos obtienen de Dios alguna gracia especial. Tengamos cuidado con algunos que enseñan tales prácticas aún, el cuerpo es templo del Espíritu y como tal merece respeto y cuidado. Antes bien, mantengamos el corazón y la mente limpios al leer, escuchar y mirar sólo aquellas cosas que son agradables a nuestro Padre Celestial.
Este "rasgar el corazón y no los vestidos", constituye la verdadera conversión, la que ocurre desde el interior, en ello consiste la mística, es como una luz que alumbra desde dentro, alimentada al mismo tiempo por los sentidos. El cristiano auténtico es místico por antonomasia y vive la mística gozosamente. No me refiero con esto a que lo espiritualicemos todo, al contrario, una mística bien vivida es aquella que se encarna, reflexionemos; es extremadamente importante que Dios haya usado lo mundano y temporal como un medio para dar a sus hijos lo trascendente y eterno. Así sucede con la Eucaristía, "el fruto de la tierra y del trabajo del hombre", el fruto de la vid y del trabajo del hombre", ¿en qué se transforman? En pan de Vida y bebida de Salvación.
Alrededor de la Mesa del Señor, los cristianos primitivos se reunían cada domingo para celebrar una fiesta de amor, seguido de la comida ceremonial de pan y vino, generalmente por la noche, a la luz de las lámparas. De ahí surge la costumbre litúrgica de encender cirios en el Altar, luego a todo ello le hemos dado una connotación simbólica: Dios es luz y ninguna tiniebla hay en Él; Jesús es la luz del mundo.
A lo largo de los siglos, cuando el clero comenzó a dominar la adoración y a atemorizar a los indoctos con las penas del infierno por motivos muchas veces egoístas, y aquello que debía darse gratuitamente llegó a ser motivo de lucro. La gente humilde comenzó a ver cada vez más la participación en la Eucaristía como algo objetivamente poderoso, pero que, al mismo tiempo le ocasionaba temor la recepción.
Tal es el caso dado en la Edad Media, la historia recoge que se multiplicaron los altares y no las comuniones de los fieles, los cuales no comulgaban sino unas tres veces al año, en Navidad, Pascua y Pentecostés, de manera que, ya hacia el final de la misma, el Concilio IV de Letrán en 1215, impuso que los cristianos debían comulgar al menos por Pascua. ¿Cómo se pudo llegar a tanto? Creo que la respuesta ya está dada, la recurrencia de la predicación hincada en el pecado y las penas del infierno, la falta de formación que trae el miedo a lo desconocido y el abandono de una verdadera vivencia de la mística cristiana, aquella coronaba a la iglesia en los primeros siglos.
Pero, ¿qué ha sucedido con la presencia real de Cristo en la Eucaristía? ¿No era ese nuestro tema? En efecto, toda la debacle que os he contado alrededor de la Santa Cena tiene mucho que ver. Si bien los fieles evitaban comulgar por las razones que os he expuesto, en respuesta a ello, comenzó a ser cada vez más evidente un ansia grande de contemplar la Oblea santa - "si soy tan indigno para recibir al Señor, al menos me conformo con mirarle" -, esto dio lugar a que se introdujera en la Misa la costumbre de levantar la sagrada Hostia después de ser consagrada, al mismo tiempo que sonaba la campanilla para llamar la atención de los presentes o incluso tocar las campanas de la torre para que toda la localidad se enterase.
El Santísimo, que se guardaba sin más en una hornacina o en un copón suspendido en forma de paloma, se empezó a reservar en un sagrario colocado en un lugar destacado detrás del altar, con una lámpara siempre encendida, desde el Santo hasta la Comunión se comenzó a incensar en la misa. Por poner otro ejemplo, el Papa Gregorio X ordenó a los fieles permanecer arrodillados desde la Consagración hasta la Comunión; luego el Santísimo comenzó a exponerse en magníficas custodias, antes desconocidas; y todo ello fue dando lugar a una fiesta solemne, la que celebramos hoy, la del Corpus Christi.
Cristo presente en el Sacramento del Altar, ¿de qué forma? De una forma real, totalmente posible por la acción del Espíritu Santo, ¿en qué momento ocurre? En lo personal me inclino en este sentido hacia la postura ortodoxa oriental, la cual señala que esta realidad puede tener lugar durante cualquier parte de la Liturgia Eucarística, entre la preparación de los dones y la Epíclesis, o cuando se realiza la invocación del Espíritu Santo sobre los fieles y sobre el pan y el vino allí expuestos. Por lo tanto, se enseña que: "los dones deben ser tratados con reverencia durante todo el servicio. No sabemos el momento exacto en el que se produce el cambio, y esto se deja al misterio".
"Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (San Juan 6: 51-58). Entonces, ¿cuál es el objeto principal de la reserva eucarística? Servir de Viático para aquellos que están demasiado enfermos o débiles para asistir al culto, y aquí quiero llegar a un punto de equilibrio.
El Sacramento de la Eucaristía de acuerdo con la institución de Cristo, consta de tres maravillosos momentos; consagración, distribución y recepción. Esto es esencial comprenderlo, recordemos, es alimento, y como tal debe ser consumido. La contemplación, la adoración y la reverencia al Pan del cielo debe verse como una forma de preservar la conexión entre la comunión de los enfermos y la asamblea reunida en la Fracción del Pan. Totalmente edificante y de gran bendición, más ello no debe llevarnos a perder de vista su carácter esencial. Incluso, el sacramento eucarístico llevado en triunfo con luces e incienso - culto público que observan algunas tradiciones católicas -, está destinado a ser comulgado por uno de los fieles, tal vez por un niño.
Un sagrario, que debe ser obra primorosa, puede recordarnos el Arca del Pacto del Antiguo Testamento, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto. (Hebreos 9:4).
Observemos que en el arca estaba el vaso con el maná: "Y dijo Moisés: Esto es lo que el Señor ha mandado: Llenad un gomer de él, y guardadlo para vuestros descendientes, a fin de que vean el pan que yo os di a comer en el desierto, cuando yo os saqué de la tierra de Egipto. Y dijo Moisés a Aarón: Toma una vasija y pon en ella un gomer de maná, y ponlo delante del Señor, para que sea guardado para vuestros descendientes." (Éxodo 16:32-33).
En los sagrarios está el Pan santo de la vida eterna, pero a diferencia del maná que se guardaba en el Arca del Pacto - como memoria de la Mano providente de Yahvé -, NO es un recuerdo de Cristo que se ha dado por nosotros, y mediante el sacrificio de la Cruz nos ha libertado del pecado y de la muerte; ES Cristo que se da por nosotros, que quiere habitar con nosotros, Quién desea entrar en nuestro interior y con su luz santificante renovar nuestras vidas y colmarnos de fuerzas para seguir el camino hasta su encuentro.
Cristo en el Sagrario es, además, una llamada que nos interpela continuamente hacia el cuidado de los enfermos y descaecidos, Él quiere ser llevado hasta allí de esta forma maravillosa, porque al final, el mejor sagrario para el Señor no es aquel hecho de manos humanas y cubierto de piedras preciosas - que está muy bien, ya que lo divino debe ser horrado con lo más noble -, más bien, es un cuerpo que necesita salud y un alma que necesita salvación.
Si bien no deja de ser un acto místico la contemplación y devoción eucarística, como os he enseñado hoy, toda buena mística ha de encarnarse. Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo encarnado, "se encarnó en María Virgen", se encarna en las ofrendas de pan y vino, y aún más, a través de ellas, con su Cuerpo y su Sangre, busca encarnarse en nuestro cuerpo y en nuestra alma.
Hace unos días, en una red social, me preguntaban si en la Iglesia Antigua Católica y Apostólica se creía en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Yo, como amante de la catolicidad auténtica, aquella que ha sido expresada en los primeros siete concilios de la Iglesia Indivisa, respondo ahora con estas sencillas palabras que conforman nuestro catecismo.
"La Eucaristía es la cena sacrificial del amor que Cristo instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
A través de su recepción, los creyentes toman parte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y anticipan su participación en la fiesta eterna y escatológica del Cordero. En los dones eucarísticos, mediante la cooperación del Espíritu Santo, todo Cristo está verdadera y permanentemente presente con su verdadero Cuerpo y Sangre -presencia real y permanente-, con y bajo las especies eucarísticas del pan y del vino.
Quien en la fe recibe el sacramento de la Eucaristía, se purifica de los pecados cotidianos, multiplica y fortalece la gracia de Dios, toca directamente el misterio de la Santísima Trinidad y entra así en la comunión de la vida de los santos en Cristo y con Cristo".
La invitación es constante:
"A TODOS los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche". (Isaías 55: 1).
Es Jesús quién nos dice:
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". (Apocalipsis 3:20).
¡Ven e inunda todo mi ser, oh Cristo!
Mons. + Abraham Luis Paula