“Amarás al Señor tu Dios”

29.10.2023

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO– 2023

Homilía del Domingo 29 de octubre de 2023

Ex 22, 21-27 - Sal 17, 2-4.47 y 51 - 1Tes 1, 5-10 + Mt 22, 34-40

Dice San Bernardo: "El primero y gran mandamiento es este: "Amarás al Señor tu Dios". Pero nuestra naturaleza es frágil; en nosotros el primer grado del amor es amarnos a nosotros mismos antes que a toda otra cosa, por nosotros mismos… Para impedir que nos deslicemos demasiado fácilmente por esta pendiente, Dios nos ha dado el precepto de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos… Ahora bien, constatamos constantemente que esto no nos es posible sin Dios, sin reconocer que todo nos viene de Él y que sin Él no podemos absolutamente nada".

Amados en Cristo, las lecturas de este domingo nos hablan del amor, hemos escuchado tanto hablar del amor, que a veces nos llega a resultar de intensa recurrencia escuchar esta palabra. Es tal la importancia de este sentimiento, que incluso no escapa del refranero popular: "Hombre que no ama, no vale nada". "Corazón sin amor, jardín sin flor". "Hombre que no amó, ¿para qué sirvió?" Sin embargo, para nosotros los cristianos, meditar sobre el amor no debe ser nunca fatigoso, pues sabemos que en el amor descansa la maravilla de la historia de la salvación. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16).

Es hoy el mismo Jesús, Aquel que se entregó a muerte en su Pasión por todos los hombres, quién viene a hablarnos del amor más sublime, que se manifiesta en dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo.

La Sagrada Escritura nos revela en estos mandamientos la voluntad de Dios, nuestra relación con él debe ser ascendente, de manera vertical, los que aman a Dios ponen su mirada en "las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque han muerto al mundo, y sus vidas están escondidas con Cristo en Dios" (Colosenses 3:1-14). Sin embargo, la relación con el prójimo se evidencia en un sentido horizontal, que busca abrazar, acoger; estas dos dimensiones del amor cristiano, vividos con veracidad nos introducen en la Cruz, cuyo leño vertical intenta tocar el cielo y el horizontal se abre, envuelve, abraza. Es imposible vivir una auténtica vida cristiana fuera de la Cruz, señal del Amor divino.

Los fariseos, al oír que el Señor Jesús había hecho callar a los saduceos, se reúnen entre sí para ponerle a prueba y uno de ellos, que era un docto de la Ley, le pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». Puede que no haya sido con mala intención, Jesús no le recrimina por ello, verdaderamente las discusiones sobre la importancia de los mandamientos eran muy frecuentes entre los maestros de la Ley.

Tengamos en cuenta que, en la Ley escrita, es decir, la Torá – palabra hebrea que significa enseñanza –, contenida en los cinco primeros libros de la Biblia que los cristianos llamamos el Pentateuco, se encontraban seiscientos trece mandatos, entre ellos trecientos sesenta y cinco, puramente prohibitorios y doscientos cuarenta y ocho instrucciones litúrgicas, familiares, laborales, comerciales, alimenticias, higiénicas y de toda índole. A esta Ley escrita se suma posteriormente la tradición y, sobre todo, la escuela farisea, que había añadido centenares de nuevos preceptos.

Todo ello constituía un caldo literario y oral muy sustancioso, que ocasionaba innumerables discusiones entre los diferentes grupos y maestros, dando así origen a diversas listas y clasificaciones de diferentes ángulos interpretativos. Por ello la pregunta a Jesús puede verse en este caso como un deseo sincero de saber de buena tinta, cuál sería el más importante de todos los mandamientos para él.

Jesús responde con el "Shemá Israel" del hebreo, que significa "Escucha Israel", las primeras palabras de una de las principales oraciones que todo israelita varón debía recitar dos veces al día, expresando su fe en el único Dios y su devoción a Él: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» (Dt 6,4-5). Para los judíos era fundamental este mandamiento, el primero de todos, sin embargo, en la práctica lo vivían de una manera equivocada, ya que para ellos este amor se manifestaba en el estricto cumplimiento de los preceptos y rituales; y es por ello que inmediatamente Jesús añade otro, que igualmente estaba contenido en la Torá (ver Lev 19,18), y lo hace diciendo: «El segundo es semejante al primero: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"». Este segundo mandamiento también estaba contenido en la Torá (Lev 19,18). Fijémonos, "semejante", quiere decir de igual valor e importancia.

Y es que, nuestro Salvador Jesucristo, nos enseñó, que la práctica de la justicia y la equidad, de la misericordia y el perdón, son más agradable a Dios Padre, que los sacrificios religiosos (Prov 21,3; ver Os 6,6; Jer 7,21-23). Él es claro cuando dice que únicamente "sobre estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas". Dijo en una ocasión: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello" (Mateo 23:23).

Pudiéramos entonces preguntarnos, ¿qué es en realidad amar a Dios? ¿Cómo nos lleva el amor a Dios a amar a nuestro prójimo?

Amar a Dios es complacerle, aquel que ama complace al ser amado. Amar a Dios es buscar agradarle en todo, es hacer su Voluntad, luchar por cumplir sus mandamientos, es, en definitiva, guardar su Palabra; el maestro nos enseñó esta verdad cuando nos dijo: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras" (Juan 14, 21-26).

Por lo que, amarlo con todo el corazón y con toda el alma significa estar dispuestos a cumplir sus deseos y entregarse a Él sin condiciones. Este amor a Dios no es etéreo, se encarna en el servicio a los demás, en el respeto a la dignidad de todo ser humano. ¿Qué pensará Dios de nosotros, cuando aún en este tiempo de guerras y muerte, sus hijos luchamos unos contra los otros? Frente a nosotros tenemos un ejemplo clarísimo entre Ucrania y Rusia, ambas naciones baluartes del cristianismo oriental y sus líderes religiosos osan realizar sacramentales donde hemos visto como sus sacerdotes bendicen las armas que han de dar muerte al hermano, ¿realmente podemos creer que Dios escucha esas oraciones?

San Pablo en la Segunda Lectura dice al pueblo cristiano: "Ustedes han aceptado la Palabra de Dios en tal forma que... se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo" (1 Tes 1, 5-10). ¿En qué forma nuestro trato hacia el prójimo llega a ser un servicio a Dios? ¿Qué está pasando cuando nos decimos cristianos y no somos capaces de perdonar, de establecer un diálogo fraterno con nuestro hermano, de dejar a un lado el orgullo y la rencilla? Sencillamente recae sobre nosotros la dura sentencia de Jesús que agrupó a todos los que con sus palabras y ritos decían amar a Dios, pero con sus actos lo negaban: ¡Hipócritas!

"Ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar al prójimo sin amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo". Jesús es claro y nos muestra que solamente amaremos al prójimo como a nosotros mismos cuando seamos capaces de buscar el propio bien y la propia felicidad del otro, como la deseamos para nosotros.

¿Qué pasa entonces con los cristianos? ¿Será que no es el Señor el centro de nuestra vida y por tanto no puede ser el centro de nuestro amor? Tengamos cuidado con los ídolos contemporáneos. Todas las formas de idolatría moderna tienen un rasgo en común: el amor a uno mismo.

Debemos volver a la Cruz, despreciada y vituperada hoy más que nunca, sólo en la Cruz, de la cual prende el Amor, podremos saber lo que es amar. Y es que necesitamos amar, el hambre de amor que tiene el hombre se debe a que fue hecho a imagen y semejanza del Dios que es Trinidad de Amor. Sólo cuando volvamos a poner a Dios en el centro de nuestras vidas, nos daremos cuenta de la vanidad que ofrecen los "falsos dioses de la postmodernidad": el poder, la fama, el placer; nada de esto nos saciará de amor, el éxito está en cuanto amemos y seamos amados en verdad.

Quien se atreve a amar a Dios y ponerlo en el centro de su vida -a diferencia de lo que creen los incrédulos-, nada pierde y a nada renuncia, todo lo contrario, su corazón se engrandece, sus deseos se purifican, es hermoseado con la sabiduría divina que le lleva a una vida cristiana madura, alegre, luminosa, que experimenta lo que es el amor y la amistad verdaderos, es colmado de un gozo que no perece, como no muda ni se cambia la fuente de su amor. Solamente amando a Dios se puede llegar a estar en verdadera comunión con todos a quienes Él ama.

"No maltratarás al forastero; no explotarás a viudas ni a huérfanos", dice el Señor por boca de Moisés en el libro de Éxodo, y lo hace con una advertencia importante: "Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo".

Estamos llamados a extender junto a Cristo nuestros brazos en la Cruz y a manifestar el dulce amor de Dios para con todos los seres humanos, un amor que se hace corpóreo en la misericordia, la práctica de la caridad y de la solidaridad.

Jesús nos indica una medida minúscula para hacer realidad nuestro amor al prójimo, amarlo como nos amamos a nosotros mismos. No obstante, igualmente nos dio una medida suprema, que Él mismo nos mostró con su ejemplo: "Ámense unos a otros como Yo los he amado" (Jn 15, 12). Él nos amó mucho más que a sí mismo, se entregó por nosotros en la Cruz.

Que sea así, siempre Su Amor, la fuerza de nuestro amor. Amén.


Mons. + Abraham Luis Paula